domingo, 20 de septiembre de 2009

“A veces me porto un poquito mal...”, Ricardo Arjona



Teniendo millones de admiradoras que darían todo por irse con él después de un concierto, el ídolo confiesa que en esas noches la única que lo acompaña es su guitarra. ¿Será así cuando venga a Chile en dos meses más? Aún quedan entradas a la venta para sus actuaciones entre el 3 y 10 de noviembre en Iquique, Santiago y Concepción. 



Así es él. Mezcla de playboy y gurú, de poeta dulzón y amante malcriado, Arjona resiste las interpretaciones fáciles y, quizás, ahí está el secreto de su fama y de su éxito. Después de todo lo que se ha dicho y escrito acerca suyo, sigue siendo un misterio, un enigma. Y aunque una entrevista como ésta, realizada después de un importante concierto en Nueva York cerca de la una de la madrugada, en una sala blanca y vacía, probablemente no aclarará todas las dudas, seguro dará pistas sobre este hombre que a menudo se esconde en el más seguro de los refugios: el escenario.

Doble llave

–¿Cómo quedas después de un concierto como éste? 

Estaba recién hablando con alguien sobre esto, porque es muy raro que dé entrevistas después de un concierto, y especialmente uno en el Madison Square Garden. No entiendes la reacción que vas a tener; a veces quedas muy excitado y otras, destruido.

–¿Te viene un bajón? ¿El anti clímax?

Sí, regularmente sí; cosa que no me han dejado tener ahora.

–¿Cómo es tu vida cuando estás en gira?

Mi vida en medio de una gira se resume a tener alguna posibilidad de dormir. Es lo único que te salva. Me encantaría tener algo más interesante que contarte, pero generalmente lo que uno hace cuando termina un concierto es ir y tomar un trago con los amigos, cenar y asimilar todo lo que has vivido esa noche. No puedes hacer otro concierto al día siguiente si no has dormido como se debe.



–¿Vives solo?

Sí… Bueno, comparto mi vida con gente, pero cuando estoy trabajando, cuando estoy creando, no puedo estar acompañado. Cuando estoy de gira, le pongo doble llave a mi habitación para que nadie siquiera trate de entrar y me encierro con mi música, con mis libros.

-¿Tienes un libro que te haya marcado especialmente?

Muchos, pero mi escritor favorito es García Márquez. Ahora mismo estoy viajando con un libro suyo de su época de periodista que me gusta mucho, esas historias cortas que son fantásticas. 

–En el concierto hablaste varias veces de Dios y llevas una cruz colgada al cuello. ¿Eres religioso?

No, no, no… Yo no creo en las religiones. Me parece que las religiones han jugado un papel importante para dar una supuesta calma social con frases como ésa que dice que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico por el reino de los cielos. Eso no es otra cosa que una invitación a que nos quedemos todos tranquilos. Jodidos, pero tranquilos.

–¿Entonces no crees en Dios?

Creo en una relación de contacto directo; no me gusta pasar por sucursales cuando se trata de Dios.

–¿Y de qué hablas cuando te refieres a Dios?

Cuando me paro frente al mar, tengo que creer en algo. Y ese algo es Dios. Hay tanta luz que nos rodea en medio de tanta porquería –toda aportada por nosotros– que no te queda más remedio que creer en algo. La naturaleza, que no la creamos nosotros, es perfecta. También estoy perfectamente consciente de que Dios tiene cosas mucho más importantes que hacer que ocuparse de mí y, por lo mismo, jamás le pido que me vaya bien en un concierto, por ejemplo. Me daría vergüenza. Yo molesto poco a Dios, y si lo hago, es para agradecerle.



Celebrar los divorcios

–En algunas de tus canciones hay un claro contenido político. ¿Crees que es responsabilidad de los artistas dar su opinión sobre estos temas?

No. Hay artistas que se pueden poner la camiseta de querer cambiar el mundo, pero el mundo jamás cambió por una canción. No ha habido ninguna revolución generada por una canción o un poema. Lo único que han hecho los artistas es matizar las revoluciones, pero ésa es otra historia. Lo único que puedes pretender es cambiarte a ti mismo.

–¿Y el poder que tienes de decir algo en el escenario con toda esa gente escuchando atentamente tus palabras?

Es un poder que a la hora de escribir canciones debes dejar fuera del estudio. Tienes que cerrar la puerta con llave y no dejar que cosas como ésas entren, porque hacen mucho daño. Junto a ese poder tendrías que dejar entrar a la responsabilidad, la idea de que lo que vayas a decir va a ir a parar a muchos oídos. Si dejas que eso influya, comienzas a fabricar canciones para generar cosas. Estás intentando quedar bien con algunas personas o no quedar mal con otras, que es básicamente lo mismo.

–¿Has enfrentado ese peligro?

Hay una canción que escribí, “Tu reputación”, que fue prácticamente censurada en toda Latinoamérica. La canción tiene una frase que fue censurable, y me habría tomado medio segundo cambiarla por otra. Hay 600 frases que podría haber usado, pero esa frase fue la que se me vino a la cabeza, la que me golpeó para escribir esa canción… No podía darme el lujo de pensar en el costo que pagaría por eso. Yo no puedo sentarme a analizar dónde llegará una canción cuando la escribo. No tiene sentido. Sería paralizante.

–Otro asunto importante en tu música, obviamente, son las relaciones de pareja. ¿De verdad crees que el amor es tan complicado como lo presentas en tus canciones?

No, no… Ok. Bueno, el amor es complicado, fácil no es. La relación de pareja es bonita, pero difícil. Los hombres y las mujeres somos habitantes de planetas completamente distintos, y lo que pasa es que como somos tan opuestos, nos atraemos. Yo creo que si el amor fuera más fácil, no sería tan bonito. El amor tiene que ser jodido. El amor tiene que doler. Cuando uno pasa por un proceso de separación, se da cuenta de que aquellos que dicen que comenzarán una nueva relación, pero en forma más inteligente, están locos. Eso es mentira. El amor tiene que ser estúpido, irracional. Y tiene que caer siempre en los mismos errores. El que piensa, no se enamora.

–¿Entonces todos los romances están condenados?

No lo sé. El amor es bonito mientras dura. Lo que pasa es que hay abogados que te hacen firmar papeles y esas cosas… Pero el amor y la pareja deben durar lo que duran. Hay parejas que duran toda la vida y hay otras que sólo duran seis meses. Hay una recurrencia en mí, seguramente por algo que sucedió en mi vida, que me hace insistir en estas historias de amor que terminan, pero que continúan. ¿Me entiendes?

–Creo que sí…

Son los amores de la gran mayoría que vive en este planeta; ese trato de costumbre en que se ven las parejas que ya llevan diez años de relación, que siguen juntos porque no hay nada más que hacer.

–¿Has vivido esa experiencia?

Claro. Yo creo que todos hemos vivido esa obligación a la que nos somete la sociedad de continuar con un amor que ya se fue. Eso genera la separación, el divorcio… ¿Ya se puede divorciar uno en Chile?

Sí, ya se puede…

–¿Desde cuándo?

Cuatro o cinco años…

Me parece una cosa muy grande, porque yo, de verdad, creo que la fiesta más grande debería ser la del divorcio, no la de la boda. 

¿Por qué?

Porque la boda depende de muchas cosas. Hay muchas mujeres que sueñan con la boda desde que son niñas; las crían así, con la idea del vestido blanco y el cuento de hadas. La gente se casa por eso y por muchas otras cosas –porque es bonito, porque les da libertad sexual– , pero se divorcia por una sola razón: porque decide hacerse dueña de su vida. Y eso debe celebrarse.


Fuente: Revista Cosas. 
Extracto de entrevista realizada por Manuel Santelices