Te sorprendí viejo en aquel juego de futbol, hace apenas unos años, cuando detuviste la chamusca y me llamaste la atención enfrente de todos y me dijiste: “Sé que en este deporte los pases en profundidad se ponen metros adelante del jugador y en diagonal… pero yo tengo 70 años, cabrón, a mí ponémela en las patas”.
Hace apenas cuatro años, a tus 71, andabas de mochilero recorriendo Europa, haciendo safaris en las tieras más escondidas de África o viajando cada fin de semana con mi madre a cualquier lugar.
Igual un palacio, igual un puesto de comida sacudiendo moscas en la carretera. Jamás te quejabas y te sorprendías por todo.
¿Habrá manera más feliz de vivir? Te extrañé mucho cuando me fui a México, pero siempre supiste que este oficio fue todo culpa tuya, que vos me pusiste la primera guitarra en las manos y me enseñaste los primeros acordes con aquellas cuerdas de metal que ampollaban mis dedos de niño de 7 años.
Hoy, mi biografía es un rosario exhibicionista de logros, tengo lo que no llegué a soñar nunca y, a pesar de todo eso, cada vez que despierto en las mañanas pido al cielo que me permita ser por lo menos solo un poquito como vos.
Alguien decide las llegadas y las partidas en esta obra de teatro que se nos otorga solo por un ratito.
“Desde el parto ya compartimos la epidemia… de este síndrome de la caducidad”.
Sentado en tu lecho de enfermo, tomo tu mano y apenas siento vestigios de la fuerza que ostentaste siempre. No estoy seguro si entendés lo que te digo, pero tus ojos me dicen claramente que sabés a ciencia cierta que tenés contigo mi amor indescriptible, mi admiración y mi profundo respeto.
A tu lado inamovible, ese roble de vitalidad y solidaridad que escogiste como tu compañera de toda la vida, la Mimi, mientras la Ingue y la Vero multiplicándose para que no te haga falta una gota de vida a donde quiera que se consiga.
Hace 75 años, el mundo fue mejor lugar desde que lo poblaste; hoy, seguro vas como a convertir en un mejor lugar a donde quiera que vayas.
El otro día que a mí me toque, espero encontrarme al mismo ángel sin vocación, para sobornarlo de nuevo a cualquier precio y me dé la posibilidad de volverme a encontrar contigo, donde quiera que sea.
Te amaré siempre.
Tu hijo, Ricardo Arjona.